En nuestro plan, los días 18 y 19 los teníamos marcados para dormir en Villa La Angostura con el objetivo de realizar, en este día 19, el trekking de 12 km a través del Parque Nacional Los Arrayanes, en la Península de Quetrihué. Para ello teníamos que tomar un catamarán hasta el Bosque de Arrayanes y desde ahí comenzar la caminata. Pero el clima nos jugó una mala pasada.
Llegamos al Puerto Angostura con un cielo totalmente nublado, con mucho frío y viento. Y nos informaron que las excursiones estaba cerradas, que Parques Nacionales había cerrado el sendero y que se iba a mantener así todo el día.
Listo, día perdido, pensamos. ¿Qué hacer? Luego de analizar la situación, decidimos ir a San Carlos de Bariloche a pasar este día gris, plomizo y lluvioso.
Ahí recorrimos la ciudad y luego hicimos el Circuito Chico, un hermoso tramo con un frondoso bosque a los costados, el cual fuimos disfrutando mientras la llovizna hacía de las suyas. Aprovechamos, claro, para bajar en un par de ocasiones y caminar por algunos pequeños senderos que llevaban hasta las costas del Nahuel Huapi. Incluso pasamos por la hermosa Colonia Suiza, un pequeño poblado que nos hizo sentir como en los Alpes.
Cuando volvimos a la ciudad, quisimos ir al Teleférico del Cerro Otto, pero estaba cerrado por mantenimiento durante casi todo noviembre. Bueno, seguimos de racha, pensamos.
A última hora de la tarde terminamos en un enorme hostel, casi estudiantil, donde nos preguntamos qué hacer al día siguiente: ¿seguimos viaje o volvemos para ir al Bosque de Arrayanes? La respuesta la tendríamos con las primeras luces de la mañana…
Nos despertamos el día 20 bajo un hermoso sol primaveral (pero fresco, claro). Apenas pudimos, llamamos a Parque Nacionales y nos informaron qué excursiones y senderos estaban abiertos. Listo, nos subimos al auto y volvimos hacia Villa La Angostura.
Llegamos al Puerto Angostura justo para subirnos al catamarán y realizar la excursión a través del Lago Nahuel Huapi hacia el Parque Nacional Arrayanes donde se encuentra el conocido Bosque de Arrayanes.
El recorrido a través del lago dura unos 45 minutos y es muy bonito y tranquilo. El agua calma, azul profundo, nos acompañó casi en silencio mientras la guía nos colmó de información sobre la zona.
Al llegar al puerto, hicimos una pequeña caminata de unos 45 minutos donde caminamos por las famosas pasarelas que recorren el bosque mientras nos explicaban sobre este arbusto tan particular. Si, un arbusto. El arrayán es un arbusto que crece chiquito. Pero acá, estos arbustos crecieron de manera gigante hasta parecer árboles de hasta 25 metros de altura. Algunos con hasta 600 años de antigüedad. Y son fríos, producto de tener la savia casi en la corteza. Y esa savia es la que les da ese característico color naranja, el cual desaparece apenas el arbusto muere.
Luego de la visita guiada de rigor, y de tomarnos un cafecito reparador en la casita de té del bosque, comenzamos a hacer el trekking de vuelta a través del Parque Nacional por el Sendero Huella Andina. Fueron casi 12 km recorriendo un frondoso bosque de coihues, ñires, radales y cipreses. Al principio de la caminata podemos ver parte de la propiedad de la familia Lynch, quienes eran los anteriores dueños de la península, la cual fue expropiada para su conservación (y por suerte, porque esta gente había comenzado a tirar abajo árboles centenarios).
El resto del camino, como todo camino boscoso, tiene sus subidas y bajadas, en este caso, sin mucha complejidad. Acá lo más cansador es la distancia que va agotando las piernas ante cada paso.
A lo largo del viaje se tiene la oportunidad de observar las dos lagunas dentro de la península: la Laguna Patagua y la Laguna Hua Huan. Y sobre el final del recorrido se puede divisar desde la altura uno de los brazos del Nahuel Huapi.
El tramo final, todo en bajada, nos terminó de agotar. Pero llegamos. Según el GPS hicimos 11,5 km en 2 horas y 50 minutos. Al llegar, decidimos comer algo en la playa de la Costa Mansa de la angostura (la que se encuentra al este) para descansar y reponer energías.
Luego, si, volvimos al auto y continuamos viaje por la Ruta 40, donde pasamos de largo San Carlos de Bariloche para admirar el Lago Gutierrez, el Lago Mascardi y el Lago Guillelmo.
Más adelante atravesamos El Foyel hasta llegar a El Bolsón donde pasamos la noche. Luego de varios días con idas y vueltas por la ruta, ya estábamos listos para continuar viaje hacia el sur.
Apenas despertamos el día 21 decidimos recorrer El Bolsón y sus alrededores. Tiene algunos bonitos miradores, aunque hay que pagar para acceder a ellos (?). Al pueblo se lo ve ordenado y muy pintoresco.
Seguimos camino para ingresar en Chubut, decimotercera provincia en este viaje, y entrar en Lago Puelo donde fuimos directamente al Lago Puelo, todo ubicado en el Parque Nacional Lago Puelo (si, parque, pueblo, lago… todo con el mismo nombre).
El lago es bellísimo. Tiene un pequeño puerto para algunos botecitos y una vista que te deja en estado de trance. Ideal para quedarse en sus playas tomando unos matecitos a la mañana.
No nos queríamos ir, pero seguimos viaje… hacia la nada misma. Acá la Ruta 40 se empieza a poner terriblemente monótona. El paisaje casi no cambia.
Visitamos El Hoyo y Epuyén antes de llegar a Esquel (apenas 7 km por fuera de la ruta). Paramos a descansar un poco y recorrer la ciudad. Y luego…
El viento.
Ingresamos en una zona de la Ruta 40 en donde el viento oeste comenzó a golpearnos. Pero mucho. Se hacía muy complicado controlar el auto. Nos pegaba desde la derecha, con lo cual pensamos que tal vez era Céfiro, dios griego del viento oeste. Pero por la fuerza que tenía, quizás era directamente Eolo, quien soplaba violentamente contra nosotros.
El viento era mucho e iba a seguir así ¡hasta el día siguiente!
La ruta estaba en condiciones bastante malas, lo cual terminaba siendo un cóctel algo peligroso. Las motos que cruzábamos, venían inclinadas, intentando combatir en esta lucha desigual. En nuestro caso, el ruido del viento que escuchábamos desde dentro del auto, nos preocupaba.
En un par de ocasiones tuvimos que bajar del auto y el viento apenas te dejaba mantenerte en pie. Y solo abrir una puerta fue suficiente para que salieran volando algunos papeles de viaje y un gorrito de lana, pero por suerte pudimos recuperar todo.
El paisaje, monótono, árido (todo el bello verde de los días anteriores había desaparecido a medida que nos alejábamos de la cordillera), con rectas interminables solo fueron interrumpidos por las localidades de Tecka, Putrachoique y Gobernador Costa.
Terminando el día, y para sumar a los problemas de la ruta y el viento, oscuras nubes comenzaron a estar sobre nuestras cabezas, pero por suerte la ruta se encargó de hacer que las esquivaramos. A la altura de Los Tamariscos vimos un hermoso arcoíris y su final, pero la ruta no nos llevó ahí.
Al final del día llegamos a Río Mayo donde buscamos un lugar para dormir. El viento que cruzaba el pueblo levantando mucho polvo a su alrededor era terrible. Pero por suerte encontramos un lugar reparado del viento para pasar la noche. Y lo festejamos con un sándwich de milanesa enorme que devoramos en pocos bocados.
El día 22 salimos desde Río Mayo con un viento terrible. El mismo que nos venía persiguiendo desde Esquel. A los pocos kilómetros entramos en Santa Cruz, decimocuarta provincia de nuestra aventura. Y acá ocurre algo distinto, en especial con la cartelería de la ruta.
El paisaje se vuelve tan monótono que los carteles de la ruta se usan para informarnos las estancias que cruzamos. Información útil por si te pasa algo y necesitás ayuda de alguien. Pero curioso ya que es la primera vez que lo vemos durante la Ruta 40.
Y, nuevamente, durante el viaje no hay nada. Quizás el cruce de algún río, quizás el cruce de alguna ruta provincial, pero nada más. El paisaje no cambia. Se mantiene muy árido, con vegetación muy baja y lleno de guanacos. Muchos. Así que cada tanto no quedaba otra que frenar casi a cero cuando un grupo de éstos se quedaban en la ruta reclamando soberanía en sus tierras. 🙂
Luego de recorrer la nada misma llegamos a la localidad de Perito Moreno donde aprovechamos para cargar nafta y decidir el próximo paso. Y ahí, casi sin pensarlo, decidimos desviarnos por la RP 23 para visitar Los Antiguos.
Primero pasamos por unos miradores del Lago Buenos Aires, el cual es compartido por Chile donde se llama Lago General Carrera. Los colores azules son tan intensos que parecen irreales. El frío ya estaba pegando fuerte y estar al lado del lago se hacía sentir mucho.
Los Antiguos es una hermosa localidad, lindera a Chile, la cual tiene mucho movimiento debido al paso internacional que existe entre ambos. Dimos algunas vueltas por ahí y fuimos a unos miradores para admirar al pueblo y al lago en todo su esplendor.
Luego de la visita, volvimos hacia Perito Moreno y continuamos camino por la Ruta 40.
Y el paisaje igual, che. Nada.
Pero aún nos quedaba un lugar más para ver… Fueron varios kilómetros hasta llegar al desvío hacia la Cueva de las Manos.
Acá el acceso nos sorprendió, ya que al principio es un camino provincial de unos 12 km el cual tiene un ripio grueso y bastante suelto. Y como el camino pasa por una hondonada bastante profunda, por momentos el auto se encuentra con pendientes con un suelo con poco agarre y uno tiene que hacer malabarismos para no dejar el auto enterrado ahí. Pero bueno… nada muy grave. Luego se toma la RP 101 durante otros 16 km en donde sigue siendo ripio, pero algo más consolidado, aunque con algo de serrucho.
Llegamos a las Cuevas de las Manos a la tarde y tuvimos la suerte de ser los únicos en la siguiente visita guiada. Pero antes que nada, queremos agradecerle a los guías del lugar que compartieron con nosotros un pancito con jamón y queso recién salido del horno que devoramos en un instante y que nos dio ganas de quedarnos ahí a disfrutar de algún otro manjar culinario que cocinen.
(Dicho sea de paso, los chicos que trabajan ahí tienen un régimen laboral de 14×14. Es decir, viven ahí 14 días y luego se van a sus casas 14 días. Entonces cocinan… y nosotros pasábamos por ahí… y ligamos pancito… y… me quiero quedar ahí…).
Volvamos a la visita guiada. Durante más o menos una hora estuvimos recorriendo una pasarela por la cual pudimos admirar estas tan particulares cuevas donde hace unos 8000 años, los pobladores originarios de la zona dejaron su impronta en forma de manos y dibujos rupestres sobre las paredes de la cueva. Y realmente asombran.
Manos izquierda en su mayoría, de chicos en las partes bajas y adultos en las zonas más altas, con dibujos de guanacos y huemules, con escenas de caza, con dibujos abstractos y hasta una mano con seis dedos (!). Como nos pasó con las Cuevas del Suri, las Ruinas de los Quilmes y el Shincal de Quimivil, visitar las Cuevas de las Manos es como espiar a través una ventana en el tiempo para intentar entender cómo vivían estas culturas antes de la llegada de los conquistadores.
Luego volvimos a la ruta pasando por Bajo Caracoles. Se nos hacía de noche y teníamos todavía un viaje largo. Ya no teníamos viento pero el estado de la ruta… Por favor… Un desastre. Lleno de carteles avisando que había baches. Pero no. Eso no son baches. Son un atentado a la salud pública. Durísimo. En el Camino de los Siete Lagos (el cual está bastante deteriorado), al menos pintaron los baches para que los veas. Acá tenés que valerte de tu vista y de la suerte. Perdí la cuenta de la cantidad de baches. No sé. ¿Mil?
Uno va zigzagueando intentando esquivarlos a todos, pero por momentos es imposible. Agarramos varios y por lo menos hubo dos en donde pensamos que habíamos dejado medio auto ahí dentro. Y lo más cuestionable es que la ruta parece nueva, pero al parecer quienes estuvieron a cargo del proyecto hicieron un desastre. Y el Estado (nacional y/o provincial) no controló que la ruta se haya hecho con el nivel de calidad que corresponde.
En definitiva, ahí estábamos, intentando avanzar en la peor ruta de asfalto que recuerde en mi vida.
Pasamos Rio Olnie y un montón de estancias en un paisaje que se mantenía monótono, lejos de la cordillera y con pocos seres vivos a la vista (a excepción de los guanacos que nos seguían mirando cuando pasábamos).
Casi de noche llegamos a Gobernador Gregores en donde tuvimos la suerte de ser recibidos por Ariel, nuestro anfitrión, junto a sus amigos y un asado de cordero. ¡No saben lo rico que estaba ese cordero! Nos fuimos a dormir con la panza llena, preparándonos para el próximo día.
Ya en el día 23, luego de un sueño reparador, guardamos todo en el auto y salimos a recorrer Gobernador Gregores. Es increíble lo que ha crecido esta localidad en los últimos años, producto de dos hechos relacionados directamente con la ruta. El primero, su acceso ya no es de ripio. El segundo, la Ruta 40, que ahora pasa por acá. Ambos cambios generaron que en menos de 10 años la población creciera de 2700 habitantes a casi 7000. Uno de los puntos más interesantes es el Monumento a los Huelguistas o el Cenotafio del Cañadón de los Muertos. Lugar donde se recuerda la masacre de los peones rurales asesinados en 1921. Entre 1000 y 2000 fueron las personas fusiladas sin miramientos por el Estado Nacional, solamente por reclamar derechos laborales a sus patrones estancieros. Estos hechos fueron retratados en el libro “Los vengadores de la Patagonia trágica” de Osvaldo Bayer y luego en la película “La Patagonia rebelde”.
Volvimos a la Ruta 40 para encontrarnos aún con el mismo escenario de hacía varios días: un clima árido con plantas bajas y guanacos por todos lados.
Luego de varios kilómetros de una hermosa ruta, ingresamos a los que muchos denominan “los malditos 70”. Un tramo de 73 km de ripio muy grueso que mucha gente teme y que nosotros también temíamos.
Los primeros 20 km estuvieron bastante bien. Ripio grueso, pero se dejaba transitar sin mucho problema. Pero luego… Todo se complicó. La piedra se hizo muy gruesa, muy suelta y con profundos surcos producto del recorrido de los vehículos anteriores. Además, el serrucho complicaba el manejo aún más. El auto se iba de costado y fue casi imposible llegar a los 30 km/h.
La verdad, fueron difíciles, pero seguimos pensando que lo más complicado en cuanto a ripio fue el tramo Cachi-Cafayate.
Durante esta etapa tuvimos la oportunidad de admirar el Lago Cardiel, con un azul muy particular, no muy profundo, pero bello.
Luego del ripio, volvimos al asfalto normal y volvimos a sentir una sensación de paz hermosa. Como cuando te aplican una compresa fresca sobre una quemadura.
¿Y más allá? Una vez más, nada. Pese a que nos estábamos acercando a la cordillera una vez más, el paisaje no cambiaba.
Cerca de las tres de la tarde llegamos a Tres Lagos, y nos dieron ganas de comer alguna cosita rica. Al menos distinta de los que llevábamos en el auto. Nada. Todo cerrado. Todo. Ni un sólo lugar en todo Tres Lagos que esté abierto. Ni un kiosko.
Así que seguimos viaje. Acá el paisaje comenzó a cambiar un poco. Ya se empezaba a notar la impronta de los lagos patagónicos.
Cuando llegamos a la RP 23 por la cual íbamos a ir para llegar a El Chaltén, decidimos seguir dos kilómetros más hasta un mirador del Lago Viedma para comer.
La vista es hermosa. El lago es enorme y su tonalidad azul lechoso con las montañas de fondo, hipnotiza.
Nos bajamos e hicimos unas pastas en el anafe a gas, intentando evitar que el fuerte viento nos volara. Almorzar a las cuatro de la tarde hace que uno coma las pastas más ricas del universo.
Luego volvimos sobre nuestros pasos y tomamos la RP 23 hacia El Chaltén. Nuestros ojos oteaban el horizonte buscándolo. Si, estábamos buscando al Monte Fitz Roy. Pero el cielo no ayudaba mucho ya que algunas nubes nos lo ocultaban. ¿Dónde está?
Llegamos a El Chaltén bajo una pequeña llovizna y sin lugar para dormir. Pero luego de averiguar un poco conseguimos un hostel que terminaría siendo, hasta el momento, uno de los mejores de este viaje junto con el hostel de Cafayate.
Era la hora de dormir. Al día siguiente se venía un momento único en nuestras vidas.
Apenas nos despertamos el día 24 miramos por la ventana del hostel… nada. El Fitz Roy brillaba por su ausencia. Muchas nubes lo tapaban. ¿Qué hacemos? Nuestro plan original era aprovechar este día para hacer el trekking hasta la Laguna de los Tres, la cual está a los pies del imponente Monte Fitz Roy, y usar el día siguiente para descansar. ¿Pero valía la pena hacer semejante caminata para no ver nada? ¿Y si lo hacíamos al día siguiente?
Las páginas del clima nos decían todas cosas distintas. Pero vamos a decir finalmente que la única que acertó el clima de este día y del siguiente fue www.meteored.com.ar. Las páginas extranjeras, un desastre.
Finalmente tomamos la decisión de ir para allá. Este trekking es de un poco más de 11 km solo de ida y fue, sin lugar a dudas, el mayor esfuerzo físico que hayamos hecho nosotros en nuestras vidas. Para muchos, una caminata de ocho horas entre ida y vuelta. Para nosotros…
Los primeros tres kilómetros son en constante subida, bastante agotadora, a través del bosque. Luego el camino se estabiliza durante un kilómetro más hasta llegar al campamento de la Laguna de Capri (hay dos caminos posibles acá, pero nosotros tomamos por la laguna). Paramos en ésta para comer alguna pavadita y juntar fuerzas.
En los siguientes dos kilómetros el sendero es básicamente seguir el flujo de agua de un riacho el cual estaba, como debe ser, totalmente empantanado. Barro por todos lados.
Para el kilómetro siete salimos del bosque y cruzamos un par de ríos, entre ellos el hermoso Río Blanco. Hasta llegar en kilómetro ocho al campamento Poincenot, última parada con civilización.
Caminamos un kilómetro más dentro del bosque y llegamos, agotados, al último refugio con un cartel desolador en el que se advertía que el último kilómetro era MUY complejo, solo para personas entrenadas, que el sendero estaba muy deteriorado, que había muchas piedras sueltas y que la duración de la caminata, solo de ida, era de una hora.
Faltó que pusieran: “vuelvan a sus casas, ratas de ciudad”.
Pero seguimos.
Señoras, señores, no tienen una MÍNIMA idea de lo que fue ésto. El sendero es, literalmente, ir caminando a través de rocas ENORMES, en una inclinación terrible, que hacía que cada paso fuese el último que aceptara dar los tobillos y las rodillas. Mirábamos para arriba y la montaña se hacía más y más y más empinada. Y las piedras eran cada vez más grandes y el sendero (¿qué sendero?) cada vez más irregular. Tardamos casi DOS HORAS en hacer ese último kilómetro. DOS HORAS. Encima, había mucho tráfico de gente que duerme en el último campamento y sube este último kilómetro a la mañana, frescos como una lechuga. Y luego bajan. Y nosotros ahí, intentando subir, esquivando extranjeros y algún que otro argentino.
Cada paso era doloroso. Cada piedra era un muro. Nos tuvimos que detener en múltiples oportunidades para tomar aire. Pero no podíamos abandonar ahí.
Finalmente, luego SEIS HORAS y MEDIA, obtuvimos nuestra recompensa. Frente a nosotros el imponente Monte Fitz Roy y, debajo de él, la Laguna de los Tres cubierta de nieve (ah, porque no les conté que mientras trepábamos las rocas, empezamos a tener nieve a nuestro alrededor).
Nos sacamos las mochilas y nos tiramos al piso en donde casi nos pusimos a llorar (bueno, en realidad Martín) ante el logro conseguido. La imagen no tiene palabras. Nosotros parados a 1000 msnm y el Fitz Roy, con sus 3405 metros, nos miraba imponente.
Ahí, a las cuatro de la tarde, almorzamos unas sopas.
Acto seguido, llegamos hasta las aguas de la laguna y la tocamos. Helada es poco. Nos dolían los dedos.
Luego caminamos un poco más allá para ver la Laguna Sucia que está al lado y una hermosa cascadita. Hasta que llegamos a un cartel de Parques Nacionales que nos decía que listo, que hasta ahí llegamos. Que más allá es solo con autorización y que básicamente, si seguías, era lo último que hacías en tu vida (bueno, algo así).
Lo habíamos conseguido. Pero ahora… había que volver. Eran las seis de la tarde y teníamos que desandar el camino más difícil que habíamos transitado en nuestras vidas.
El primer kilómetro, este plagado de rocas, fue durísimo. Cada paso era un dolor en los tobillos, las rodillas y las muñecas.
El resto del camino, cada vez más de noche (por suerte anochece tarde acá), pero los últimos tres kilómetros fueron casi en total oscuridad (suerte que llevábamos linternas).
Salimos del pueblo a las 10am, llegamos de nuevo a las 11pm. Si, trece horas totales (con paradas y todo). El tiempo neto de caminata fue de 11 horas y media y el recorrido fue de 25 km.
Algunos consejos:
- El texto suena apocalíptico, pero la recompensa lo vale. Quizás es más fácil si hacen noche en el campamento (y si no llevan 24 días en la ruta).
- Los bastones de trekking fueron fundamentales.
- Agua, lleven mucha agua. Nosotros llevamos casi 5 litros y nos quedamos sin nada faltando 8 kilómetros hasta llegar al pueblo. Tuvimos que llenar la botella en un río con agua bebible (y muy rica).
- En noviembre había mucho tráfico de personas. Nos comentan que en verano es insoportable la cantidad de gente que hay. Así que creemos que lo hicimos en una buena época (además, el lago estaba tapado de nieve).
- Quizás ustedes dirán: lo hice y no fue tan difícil. Bien por ustedes y su gran estado físico.
- Salgan temprano.
¿Y qué hacer al día siguiente?
Descansar, claro.
Así que durante el día 25 hicimos éso: nada.
Listo, no hay mucho más para decir. Nada.
¿Pero no aprovecharon el día para hacer otra caminata, o recorrer el pueblo, o…? No. Nada. No hicimos nada. Descansamos.
No teníamos piernas. Nos dolía todo. Nos quedamos panza arriba durmiendo, escribiendo, leyendo…
Ah, bueno, esperen. Si hicimos algo. Planificamos los próximos días y salimos a cenar para festejar el logro.
Listo, nada más.
Pero la aventura todavía tiene varios días por delante…
Podés leer el resto de los resúmenes acá:
One thought on “Ruta 40 – Resumen días 19 a 25”