El día 26, pese a que aún nos dolía el cuerpo, volvimos a empacar, llenar el auto y salir otra vez a la ruta.
Fue un día bastante corto de viaje. Primero pasamos por un mirador del Lago Viedma (el mismo en el cual habíamos almorzamos hacía tres días atrás) y luego llegamos al famoso Parador La Leona. Este es un sitio histórico ya que, según dicen, Butch Cassidy y Sundance Kid habrían parado aquí en 1905. Incomprobable, pero bueno. Creamos que fue así.
En el lugar hay un muy bonito parador donde uno puede comprar un café, algo rico para acompañar y muchos souvenirs. Compramos unas tortas fritas y seguimos viaje (dicho sea de paso, estaban muy ricas, pero no superan a las que compramos en Villa Traful).
¿Qué había más adelante? Nada, para variar. Bah, estancias, cruces de ríos y algún cruce de ruta. En un punto comenzamos a ver el Lago Argentino a nuestra derecha y luego cruzamos Charles Fuhr. Y ahí nomás llegó el momento de desviarnos de la Ruta 40 hacia la RP 11, camino a El Calafate.
Primero pasamos por las Cuevas de Walichu, pero a último momento decidimos no parar. Leímos muchos comentarios que decían que en el lugar hay, aparte de pinturas rupestres, reproducciones. Eso nos hizo ruido. Además de que muchos van a hacer la visita “completa” que incluye una comida. No sé. Nos sonó que tuvieron que agregarle éso para que la gente vaya. Así que preferimos pasar de largo. Otra vez será.
Llegamos a El Calafate con el cielo totalmente despejado y, una vez más, sin lugar donde dormir. Una vez resuelto este tema, y habiendo comprado un enorme sándwich para almorzar más adelante, nos fuimos sin pausas hacia el Glaciar Perito Moreno.
Son unos 80 km a través de la RP 11 hacia el oeste. Los primeros 50 km se hacen rápido. Lo más sorprendente del paisaje es ver a los costados de la ruta enormes piedras que desentonan con su entorno. Éstas están ahí debido al mismo glaciar, que las llevó hace miles (¿cientos de miles?) de años, cuando era mucho más grande.
Luego se ingresa al Parque Nacional Los Glaciares, previo pago de la entrada, y ahí son otros 30 km de vueltas y vueltas. Finalmente se llega a un área de estacionamiento y un pequeño micro te lleva el último kilómetro hasta el comienzo de las pasarelas.
¿Qué decir sobre el glaciar? Su pared frontal de entre 40 y 70 metros, 5 km de ancho, 800 km2 de superficie… Imponente.
Llegamos en un momento interesante, debido a que el hielo ya tocó tierra, cortando la conexión entre los dos brazos del Lago Argentino. Y dos días antes a nuestra llegada, había comenzado el proceso en el cual el agua comienza a filtrarse de un brazo al otro, lo cual va a terminar generando, dentro de algunos días, el derrumbe del puente de hielo.
Caminamos por las pasarelas (menos una parte de la pasarela inferior, que está cerrada debido al peligro que hay por este tema del derrumbe), aprovechamos para comer y a sacar fotos y videos.
Algunos de los nos siguen en Instagram habrán tenido la oportunidad, en un vivo que hicimos, de ver en directo como parte del glaciar se derrumbaba. La caída de hielo era constante. Aquí y allá. Pequeñas piedras y enormes bloques. Incesante. Quedamos maravillados ante semejante grandeza.
Mucho más tarde, emprendimos el viaje de vuelta hacia El Calafate.
La noche terminó en el hostel donde nos cocinamos la mejor cena del viaje (hasta el momento): pollo al horno con batatas al horno. Ríquísimo.
Al día siguiente teníamos que continuar viaje.
Ya en el día 27 nos despertamos bajo una intensa lluvia. El sol del día anterior brillaba por su ausencia. Acá tuvimos una disyuntiva sobre qué hacer. El plan original era ir a Chile a recorrer con el auto el Parque Torres del Paine, ver las torres desde lejos y al día siguiente, ahí si, hacer el trekking hacia las Torres del Paine, el cual es similar en tiempo y complejidad al del Monte Fitz Roy. Pero habiendo pasado dos días de descanso desde este trekking, nuestros cuerpos aún no se habían sanado.
Así que tomamos la decisión de NO hacer el trekking. Con una puñalada en el corazón analizamos si al menos íbamos hacia Chile a recorrer con el auto el parque. Pero nos parecía que no valía la pena el gasto de ingresar al parque para solamente recorrerlo en auto.
Nos miramos y nos prometimos hacer unas vacaciones puntuales al sur de Chile para hacer todo, incluido ver si podemos hacer el trekking completo que dura unos 8 días.
Entonces, nos pusimos en marcha hacia Río Turbio. La lluvia se ponía cada vez peor.
Al alejarnos un poco de la cordillera, el paisaje volvía a ser árido, en tono verde pálido y amarillo, con colinas bajas y muy monótono.
Pero dicha monotonía cambió cuando entramos a la Cuesta de Miguez. Debido a la lluvia, empezamos a atravesar nubes bajas lo cual nos cerró la visión de manera casi completa. Bajamos mucho la velocidad y recorrimos el camino bajo un velo gris claro mientras los limpiaparabrisas hacían un esfuerzo por quitar la abundante agua que caía sobre nosotros. Despacito. Atentos al camino y a cualquier otro auto llegamos hasta el punto más alto donde la visibilidad era casi nula. Por suerte, apenas bajamos, desapareció la neblina, aunque la lluvia seguía allí.
Luego llegamos al punto donde la Ruta 40 se cruza con la RP 7. Ésta última fue “la 40” hace varios años, pero hoy es solo un camino de ripio en muy pobre estado, aunque es una opción corta para llegar a Río Turbio (pero no sé si más rápida). La “nueva 40” se adentra en las entrañas de Santa Cruz haciéndonos hacer un enorme rodeo para pasar por La Esperanza.
Acá nos sorprendió el lugar. Pensamos que era una zona despoblada en medio de la provincia, pero nos encontramos con una localidad con una buena cantidad de construcciones y con el oasis de todo rutero: una estación de servicio. Claro, acá la Ruta 40 se toca con la RP 5, camino usado por todo el mundo para conectarse con Río Gallegos. Pero nosotros, luego de comer algo, y mientras la lluvia no paraba, volvimos a la Ruta 40 hacia el oeste para completar el rodeo.
Un poco más adelante, y ya recostados nuevamente en el oeste del país, la Ruta 40 vuelve a tener una bifurcación entre “la vieja” y “la nueva”. Aquella, la RP 7, de ripio casi olvidada.
Ya no quedaba mucho más. Algunos kilómetros después, entrábamos en Río Turbio, donde dimos algunas vueltas para conocer mientras esperábamos a nuestro anfitrión.
Solo quedaba dormir.
El día 28 sí que fue extenso y extremo. Vayamos por partes.
Primero, Río Turbio. Un pueblo minero que basa su economía en varias minas, entre ellas la de carbón, la cual está produciendo mucho menos de lo que puede. No queremos hacer el tema muy largo pero, en resumen, la ciudad nunca pudo hacer que esa mina de carbón genere todo el producto que la tierra tiene en sus entrañas. Según nos dijeron, si extraen 3 millones de toneladas por año, hay materia prima para 150 años. Pero extraen 50.000 toneladas. Hagan las cuentas.
El debate sobre si está bien o mal la minería es harina de otro saco. Esta industria le da trabajo a casi todo el pueblo. Y no solo la de carbón, también hay de plata y oro. Como vemos, es una zona muy rica en minerales.
Luego de recorrer la ciudad y aprender un poco sobre ella, decidimos darnos el gusto de irnos a Puerto Natales. Era el cumple de Nati y por qué no pasar parte del día en Chile. Así que enfilamos hacia la frontera a través del Paso Dorotea.
Luego de hacer doble trámite (la salida en el puesto argentino y la entrada en el puesto chileno), llegamos al pueblo costero chileno. Lo primero para decir: las rutas chilenas están bastante bien (al menos, esa). Íbamos despacito porque nos asustaron de todos lados sobre lo estrictos que son los carabineros en cuanto a las leyes de tránsito. Incluso nos dijeron: en la señal de PARE, se para a cero. Y si, es verdad. Los autos detenían su marcha a cero por más que no viniera nadie, así que hicimos lo mismo.
Puerto Natales es un bonito pueblo costero. Muy colorido por el techo de sus casas, pero con poco movimiento. Bah, al menos por donde estuvimos.
Luego de algunas horas ahí, volvimos hacia Argentina (otra vez el doble papeleo) y ahora si, a seguir por la Ruta 40. Esta vez yendo hacia el este hacia Río Gallegos.
Al principio, la ruta es muy bonita. Pasamos por 28 de Noviembre, Rospentek Aike y El Turbio Viejo… y acá todo se complicó.
Entramos en lo que consideramos uno de los PEORES ripios de la Ruta 40. Olvídense de “los malditos 70”, del sur de Mendoza, de Cachi-Cafayate, del Abra del Acay… Acá tenemos 95 km de un ripio horrible, solo superado en complejidad por el ripio hacia Cabo Vírgenes (ya hablaremos de esto).
Durísimo. La ruta está literalmente abandonada. Como había llovido, teníamos muchas lagunitas a los costados, con lo cual, esquivar pozos estaba limitado al ancho de la ruta. Fueron necesarias algo menos de 3 horas para superar este ripio. Con un zigzag casi constante para esquivar pozos. Encima había zonas en donde la tierra (o la arena, ya no sé), estaba muy suelta y húmeda. Así que el auto tuvo que hacer malabarismos para no abandonar. Hasta tuvimos una parte parecía que nos quedábamos enterrados y tuvimos que pasar con el auto en primera, y a casi 5000 rpm, mientras las ruedas patinaban en falso buscando un lugar donde agarrarse. Si nos quedábamos, nos preguntamos quién nos iba a ayudar. Quizás los guanacos…
Fue estresante.
Y casi nos morimos cuando vimos a lo lejos muchos carteles naranjas en medio de la ruta. ¿Estaba la ruta cortada? ¿Ibamos a tener que volver? Ya fue… nos quedamos a vivir ahí. Pero no, solo era un desvío temporal de pocos metros que tomamos agradecidos.
¿Y qué había durante el recorrido? Casi que no lo sabemos porque íbamos mirando las piedras en el camino, pero vimos solamente estancias, cruce de ríos y algún cruce de alguna ruta provincial la cual debe estar en peor estado. Es más, nos nos cruzamos con casi nadie durante todo el viaje.
En un momento llegamos al paraje El Zurdo, donde durante casi 50 años funcionó una unidad de Gendarmería. ¿Y por qué ahí? Estábamos a pocos metros de la frontera sur con Chile. De hecho, desde la ruta se veía el hito de separación de países a simple vista, sobre una colina.
Dato ñoño: la Ruta 40 cambió su recorrido acá. Justo en la parte más al sur de este tramo, la desviaron para que esté aún más al sur. Son poco metros, pero la ruta toca la última colina antes de Chile. Es el punto más al sur de toda la Ruta 40, sin contar el mojón del km 0, claro. Así que ahí sacamos fotos. Estábamos en un paraje desolado, apenas verde, con colinas bajas y a pocos metros de nuestro vecino.
Luego seguimos viaje por el ripio hasta volver al asfalto. ¡Que paz! Ahora solo quedaba llegar a Río Gallegos y descansar.
Ah, pero antes fuimos a cenar rico para festejar el cumple. Nati se lo merecía.
Cuando nos despertamos el día 29 lo sabíamos. Había llegado el día. El que venimos esperando hace mucho. Un año y medio. Llegar al km 0 de la Ruta 40 luego de haber partido del kilómetro 5194 en La Quiaca. Pero no fue un día fácil, para nada.
Primero teníamos que ir a Punta Loyola. ¿Por qué? Quizás lo saben, quizás no, pero hasta ahí llega la Ruta 40 antes de cortarse. Los últimos 100 km que te llevan hacia Cabo Vírgenes, no existen. Aún no están construidos (bah… si que están, al menos en parte, pero digamos que no).
Salimos de Río Gallegos por la RN 3 con dirección sur para volver a tomar la Ruta 40 hacia Punta Loyola. Acá es todo asfalto. Rectas largas con algunas petroleras y/o mineras a los costados. Son apenas unos 40 km para llegar hasta este extremo. Y en él, nada. Una industria o tal vez dos. Vaya uno a saber.
Así que, ya que estábamos ahí, y antes de dar el último paso, seguimos un poco más para visitar los restos del barco Marjory Glen. Para llegar ahí tuvimos que recorrer un poco más de ripio bordeando la costa (¿”la 40” seguirá por ahí?) hasta que llegamos a un pequeño camino que nos lleva hasta la playa.
Y acá Martín se mandó un macanón. Nos acercamos demasiado a la playa y en una zona de piedras, éstas estaban muy livianas… y se nos quedó el auto enterrado. Sip. Luego de casi 9000 kilómetros y habiendo superado casi toda la Ruta 40, el corsita finalmente se quedó enterrado en el lugar menos pensado.
¿Qué hacer? Por suerte, en la zona estaban trabajando unos muchachos que están analizando el lugar para colocar un monumento referente al barco. Nos vieron complicados, se acercaron y con una de sus 4×4, engancharon al corsita, y con algo de fuerza pudieron sacar al plateadito de la trampa de piedras y tierra.
Según nos contaron, hace poco hicieron un movimiento de tierra en el lugar debido a la construcción de este monumento y por eso el suelo estaba así. Incluso estaban viendo cómo hacer para meter un camión ENORME a la playa para esta construcción.
Así que bueno, luego de transpirar un poco, nos fuimos caminando hasta el barco.
El Marjory Glen fue construido en 1892 en Escocia por una empresa británica. En 1911 partió desde Inglaterra bajo bandera noruega transportando 1700 toneladas de carbón hacia Río Gallegos. Si. Carbón desde Inglaterra hacia Río Gallegos, cuando acá nomás ya se sabía que había carbón en Río Turbio… Bueno, para no hacerlo muy largo, luego de un temporal, la carga del barco comenzó a tener un foco de incendio, lo cual terminó generando dos muertes y que varios días después el barco terminase abandonado en estas aguas.
Actualmente queda solamente el caso oxidado sobre la playa. Su figura, enorme y fantasmagórica, se recorta sobre el horizonte dándole al paisaje un color particular.
Luego de las fotos, teníamos que ir hacia Cabo Vírgenes. Y acá hay dos posibles caminos: volver por la Ruta 40, tomar la RN 3 y luego tomar la RP 1 o probar una extraña ruta solitaria que bordea la costa durante varios kilómetros, la cual luego empalma con varias rutas provinciales secundarias y terciarias hasta tomar la RP 1. Lo pensamos un momento, y recordando a nuestro auto con las ruedas delanteras enterradas en el blando suelo costero, decidimos hacer la primera opción, que es la “normal”.
Como comentamos antes, los últimos 100 km de la Ruta 40 (o mejor dicho, los primeros) aún no existen. Lo que sí existe es el mojón del KM 0 en Cabo Vírgenes. Y hacía ahí íbamos.
El recorrido de vuelta por la Ruta 40 y luego por la RN 3 es simple debido a que es por asfalto. Pero cuando tomás la RP 1…
Ay, ay, ay…
Ingresamos en lo que podemos definir como el peor ripio del viaje. Son 110 km de una ruta detonada, literalmente. Pozos por todos lados. No baches. Pozos. Algunos enormes. Y como había llovido recientemente estaban todos llenos de agua. A las autoridades de la provincia: ya es hora que algunos de estos “lagos” les pongan nombre.
Al menos en cinco oportunidades dijimos: listo, hasta acá llegamos, ya que no sabíamos si el auto iba a poder pasar. Pero pasamos. Una, dos, tres… cinco veces.
Fueron unas tres horas y media solamente recorriendo este tramo de 110 km. Muy agotador. Zigzagueando con el auto cada quinientos pozos que esquivábamos, agarrábamos uno de lleno que nos hacía temblar. Sorteando otros doscientos y dándole a uno que nos hacía pensar que el neumático o el amortiguador nos habían abandonado.
Fue muy duro. Más agotador que el tramo Río Turbio – Río Gallegos. Más agotador que subir al Fitz Roy (bueno, no, no tanto).
¿Y quienes recorren esa ruta? Enormes camiones y camionetas que van y vienen de las petroleras cercanas.
Hablando de petroleras, nos asombró la cantidad de éstas en la zona. Cada 10 o 20 kilómetros las veíamos a la vera de la ruta. Y en algunos casos a nuestro lado corría un tubo interminable que, imaginamos, llevaba el “oro líquido” desde el pozo hacia la planta. Ah, y muchos de estos pozos están marcados en la cartelería con extraños códigos que no entendíamos. “Pozos C4, G2, D9. 4 km”. Raro.
A todo ésto, el paisaje era el mismo que veíamos desde que salimos de El Calafate: árido, con colinas bajas y lleno de ovejas y guanacos. Aunque a medida que nos acercábamos a la costa, el verde era un poco más intenso.
En un momento, la RP 1 se acerca mucho a Chile (veíamos el hito a nuestro costado) y uno se pregunta si los campos están delimitados por la frontera o hay campos que están en ambos países.
Bueno… Luego de mucho batallar, nos desviamos de la ruta para hacer los últimos metros llenos de emoción. La última pendiente. Las últimas piedras. La última pisada de acelerador, para llegar, ahora si, al hermoso mojón del km 0.
Señoras y señores, objetivo cumplido. Fuimos desde La Quiaca, en Jujuy, en el km 5194 y llegamos a Cabo Vírgenes, en Santa Cruz, en el km 0, en un solo viaje. Y todo en nuestro corsita plateado. Ya tenemos una hermosa anécdota para contar en cada asado de acá hasta que estiremos la pata. 😀
Ahí, en ese punto tan solitario, se encuentra además el Faro de Cabo Vírgenes, junto con el Museo del Faro y a la confitería “Al fin y al cabo” (de pie ante el mejor nombre del mundo), la cual lamentablemente estaba cerrada.
Y el viento. No tienen una idea del viento que había. Claro, estábamos en medio de la nada. O mejor dicho, en la punta de todo. El mar que veíamos era el Estrecho de Magallanes y sus aguas eran muy azules y algo embrabecidas.
Listo. ¿Volvemos? No. Sigamos un poco más allá.
De ahí seguimos por la RP 1 todavía un poco más al sudoeste hacia la Reserva Natural Cabo Vírgenes donde habita la segunda reserva de pingüinos más grande del país.
Llegamos cerca de las 16 horas y en el lugar no había nadie. Literal. Solo los pingüinos. Según leímos, unos 250.000. En esta época del año están con sus crías aún en el nido. Mientras, los padres se turnan para ir al mar a buscar alimento.
El lugar está muy bien armado. Es chiquito, pero tiene un sendero que rodea parte de la reserva, con algunos carteles informativos. Mientras tanto los pingüinos, de Magallanes ellos, caminan por acá y por allá entre su nido y el mar.
Es interesante remarcar que se nota que éstos tienen menos contacto con humanos a comparación de los de Punta Tombo ya que se asustaban un poco cuando nos veían, cosa que no ocurre con los de Tombo que te ignoran completamente.
Luego de recorrer la reserva y ver a estos simpáticos animalitos, subimos nuevamente al auto y nos miramos. Uf… había que volver hacia Río Gallegos a través de esta ruta horrible. Bueno, vamos…
Mientras volvíamos, esquivando baches, pozos, lagunas, lagos, mares, océanos… mirábamos el mapa y notamos que hay otra ruta que nos permitiría acceder a la RN 3. Esta es la RP 51. ¿Probamos? Quizás está un poco mejor que la RP 1. El tema es que la RP 51 nace DENTRO de la Estancia El Cóndor. Y la tranquera está cerrada. Y hay un cartel que dice “Camino Privado”. Es decir, no se puede tomar una ruta provincial porque hay una estancia que impide acceder a ella.
En el mapa figuraba más adelante otro camino que conectaba con la RP 51. Probemos por ahí, a ver qué pasa. El caminito, una huella, estaba bastante bien, pero nos terminamos cruzando con otra tranquera cerrada con DOS candados. Bueno, está bien, nos rendimos.
Así que volvimos a la RP 1 a esquivar cráteres.
Ya tarde llegamos a Río Gallegos, agotados de tanto ripio complicado. Habíamos cumplido nuestro objetivo de recorrer completa la Ruta 40. Listo. ¿Volvemos a casa?
No… Aún nos quedaba un poco más para recorrer. Vamos.
Podés leer el resto de los resúmenes acá:
Gracias x el relato (muuuuy bueno!!) y x compartir un momento importante. No siempre se hace la 40 de p a pa en un solo viaje
Nosotros lo separamos en dos. NOA a Mza y al año siguiente Mxa al Sur. Luego algunos pocos viajes al N e infinitos (tal vez unos 50 o más) a la Patagonia
Algunas veces hasta tres al.año..
Diciembre, marzo/abril por los colores del otoño y agosto x la nieve.
¡Éxitos en ese viaje!
Muy interesante todo este relato del viaje y muy completo. Muchas gracias por el trabajo tomado para relatar todo su viaje. Abrazo grande!
Excelente resumen de viaje! Muchas gracias por toda la informacion, muy util!
Muy buena descripción de tan hermoso viaje , jaja,con sus visisitudes , pero muy bien detallado y muy útil para quienes vamos haciendo la 40 de a tramos, felicitáciones!!!