Ruta 40 – Resumen días 13 a 18

El día 13 nos despertamos haciendo cálculos sobre el tiempo que nos llevaría todo lo que queríamos hacer en este día. Luego de cargar nafta salimos de Chilecito con rumbo sur. Pasamos por Nonogasta y Sañogasta antes de comenzar una de las partes más trascendentales de la Ruta 40: la Cuesta de Miranda.

La misma recorre una antigua sección del Camino del Inca a través de la Sierra de Sañogasta y la Sierra de Famatina. Se comenzó a construir en 1918 y su traza original era muy peligrosa ya que por momentos era tan angosta que sólo pasaba un auto a la vez, tenía una cantidad interminable de curvas (320, dicen) y los desprendimientos de rocas sobre ella eran moneda corriente.

Entre 2011 y 2015 se construyó la nueva Cuesta de Miranda, ahora si de asfalto, de doble mano y hasta con tercera trocha para vehículos lentos. Una victoria de la ingeniería moderna.

Cuando comenzamos a recorrerla estábamos a un poco más de 900 msnm. La ruta va serpenteando entre las paredes de la sierra hasta llegar en Bordo Atravesado a su máxima altitud de 2040 msnm. La vista es hermosa y paramos en varios miradores para admirar el contraste entre las sierras y las quebradas bajo ellas.

Entre estos miradores se puede ver aún dos secciones de la vieja cuesta… Y les podemos asegurar que quitan el aire. Hace unos días hicimos el Abra del Acay, con sus tramos angostos al filo del precipicio, pero por alguna razón la Cuesta de Miranda original parece mucho más extrema. Incluso vimos que hubo un desprendimiento de rocas que actualmente corta la vieja ruta. Asusta.

Luego de sacar fotos a troche y moche, seguimos camino. Dos enormes parque naturales nos esperaban…

Doblamos por la RN 76 hacia el sur pasando por Los Palacios y Pagancillo hasta llegar al ingreso al Parque Nacional Talampaya. Ahí decidimos realizar la excursión que recorre el Cañón del Talampaya y el Cajón de Shimpa. Dos enormes formaciones rocosas en tonos naranjas que te quitan el aliento.

La excursión dura unas 4 horas. Primero se recorre el Cañón del Talampaya a través de 4 estaciones. La primera es Petroglifos, donde se pueden observar distintos tipos de pinturas y grabados rupestres realizados por los diaguitas que vivieron en esta zona hace 3000 años. Luego pasamos por el Jardín Botánico, un oasis verde plagado de mosquitos donde nos sirvieron un pequeño refrigerio para intentar soportar el calor abrasador. Luego pasamos por la tercera estación: la Catedral. Una enorme pared sobre nuestras cabezas que parecía nunca terminar. Y finalmente la estación el Monje donde se observan distintas formas rocosas en donde el capricho de la naturaleza les ha dado formas curiosas. De hecho, dentro de algunos miles de años, tal vez “El Monje” se transforme en “El Monje Decapitado”. 😀

Luego fuimos a una quinta estación para visitar el Cajón de Shimpa, otro enorme corredor de más de 10 km de largo, menos de 10 metros de ancho y con paredes que superan los 80 metros de altura. Ahí hicimos unos 20 minutos de caminata para sentir al cajón en todo su esplendor.

Luego, pegamos la vuelta. Es bueno aclarar que el camión en el que hicimos el viaje cuenta que con unas escotillas en el techo que te permiten recorrer el cañón con medio cuerpo fuera del vehículo para poder ver estas formaciones de manera más cercana.

Terminamos agotados ya que la excursión es muy larga (creo que Martín se dormitó un poco a la vuelta al centro).

Pero el día aún no había terminado. Quedaba un parque más.

Seguimos viaje por la RN 76 hasta su cruce con la RN 150, por la cual tomamos hacia el oeste ingresando en la novena provincia del nuestro viaje: San Juan.

Por esta ruta continuamos viaje cruzando la localidad de Baldecitos hasta llegar a nuestra próxima parada: el Parque Provincial Ischigualasto, conocido popularmente como el Valle de la Luna. Y acá teníamos un objetivo doble: pasar la noche en el camping y realizar la excursión nocturna a través del valle.

Al llegar, fuimos hacia el área de camping donde estacionamos y armamos la carpa. Y acá el primer punto negativo del lugar: las carpas se arman sobre cemento. Si, escucharon bien: cemento. ¿Cómo clavás una estaca en cemento? Parece que el camping lo diseñó un porteño que jamás acampó. Pero bueno… nos la ingeniamos para armar todo y esperar la hora de la excursión.

Acá todo se empezó a complicar porque las nubes nos estaban jugando una mala pasada. De hecho, se estuvo a punto de cancelar la excursión, pero finalmente la hicimos.

El recorrido inicial se hace en los autos particulares. Son varios kilómetros de un camino natural donde el auto se tambalea de lado a lado sorteando las distintas dificultades del recorrido. Y no digan nada, pero como éramos lo últimos de la caravana de autos, nos alejamos un poquito y apagamos la luces del auto… y el camino se ve perfectamente gracias a la luz de la luna… Shhhh…

Al llegar a una enorme planicie, dejamos los autos apagados y nos adentramos en el parque solo iluminados por el cielo. ¿Cómo explicarles lo que se siente al caminar por este enorme valle lunar solamente iluminados por la luz de la luna? Es mágico. Nunca en nuestras vidas hemos realizado una excursión así. Las imponentes formas geológicas a nuestro alrededor se presentaban intimidantes mientras nuestros pies buscaban dónde pisar.

El silencio era absoluto (menos la de un par de turistas que no paraban de hablar y hacer chistes como si estuvieran caminando por una peatonal porteña, pero bueno…). Todos teníamos el miedo y la esperanza de cruzarnos con un puma, pero no fue así. Y suerte que no lo fue, porque alguien confundió una rama en el suelo con alguna especie de serpiente y todo pegamos un salto, asustados. 😀

Al final de la caminata, una pequeña sorpresa nos dio fuerzas para el último tramo y la vuelta en auto hacia el camping.

Si a la tarde estábamos agotados luego de la excursión en el Talampaya, ahora ni les cuento.

Ya en la carpa, nos duchamos (las instalaciones del parque están en MUY buenas condiciones) y nos fuimos a dormir recordando cada momento vivido.

Pero me pregunto: ¿por qué las excursiones en Talampaya son tan caras y las de Ischigualasto tan baratas? ¿Qué diferencias tienen? ¿Sólo el hecho de que las primeras se hagan en camión y las segundas con vehículo propio? ¿O porque el primero es un parque nacional y el segundo un provincial? No sé. Es una duda a la cual no tengo aún respuesta.

Nos despertamos el día 14 con un bonito sol sanjuanino. Dormir en carpa siempre es especial y, pese a que en el Parque Provincial Ischigualasto las carpas se tienen que armar sobre cemento pasamos la noche muy bien.

Nos tocaba un día algo largo con poco puntos de interés para nosotros. Salimos temprano por la RN 150 hacia el oeste. Esta ruta es hermosa. Serpentea entre las laderas esquivando las montañas y por momentos, bonitos túneles muy bien señalizados, atraviesan la roca de lado a lado.

A la altura de Huaco retomamos la Ruta 40, la cual habíamos abandonado momentáneamente el día anterior. La ruta se hacía algo monótona. Pasamos por Niquivil, Tucunuco, Talacasto, Matagusano, Villa General San Martín y Chimbas antes de llegar a la ciudad de San Juan. El tráfico de toda ciudad céntrica nos tomó algo de sorpresa. Llevamos tantos días de soledad rutera…

Luego de cargar nafta y descansar un poco, seguimos viaje. Villa Krause, Carpintería, Colonia Cantoni, Media Agua y Tres Esquinas son algunas de las localidades que cruzamos antes de ingresar a la décima provincia de nuestro viaje: Mendoza.

Ahí cruzamos Jocolí antes de llegar a la ciudad de Mendoza, donde nuevamente el tráfico de una gran ciudad nos tomó por sorpresa. Es raro. Estamos acostumbrados a manejar en una ciudad del tamaño de Buenos Aires, pero el desconocimiento sobre el laberinto de calles mendocinas hizo que Martín se comiera no menos de cinco bocinazos de conductores locales algo enojados. Cosas que pasan.

En la capital mendocina nos quedamos un buen rato disfrutando del Parque General San Martín mientras esperábamos a Omar, nuestro anfitrión.

Ya bajo techo, disfrutamos de un riquísimo guiso cuyano con unas empanadas de carne con azúcar y pimienta que nos volaron el bisoñé. Riquísimo.

La noche nos tomó de imprevisto y nuestros cuerpos se rindieron ante el día agotador. Era necesario descansar.

Pero durante la madrugada, una enorme tormenta azotó Mendoza con granizo y todo. Y el auto, a la intemperie…

Apenas despertamos en el día 15 en la ciudad de Mendoza vimos el desastre que el granizo había hecho a nuestro alrededor: ramas rotas, hojas tapando los desagües y algunas pequeñas inundaciones. Fuimos a ver el auto para ver cómo había quedado… y podemos decir que el corsita no solo se banca las rutas de ripio y los largos días de calor sofocante, sino que además no recibió ni un solo bollo en su chapa. Lo banco al plateadito.

Luego de despedirnos de nuestro anfitrión, pasamos a comprar MUCHAS tortitas mendocinas para el desayuno (y almuerzo, merienda y cena… de los próximos días) y tomamos camino sur.

La frase “la Ruta 40 al sur de Mendoza está destruída” no fue tan así. Pese a que tiene sus idas y vueltas, tuvimos un día muy tranquilo en este aspecto (distinto a lo que ocurriría al día siguiente).

Salir de Mendoza capital, un día de semana a la mañana, es algo estresante. Casi como en Buenos Aires. Cuando finalmente pudimos salir del mundanal ruido, empezamos a cruzar varias localidades mendocinas: Luján de Cuyo, Agrelo, Anchoris, Tunuyán, Eugenio Bustos, Chilecito y Pareditas.

Acá llegamos a la sección en donde existen (o existían) 4 alternativas para seguir viaje: desviarnos hasta San Rafael para luego retomar, ir por la “vieja” Ruta 40 (complicada), ir por la “aún más vieja” Ruta 40 (casi abandonada y sólo posible para 4×4) o ir por la nueva Ruta 40, la cual se inauguró hace tan solo unos meses.

La opción era clara. El nuevo trazado está en muy buen estado… aunque hay secciones en donde el asfalto está algo, ¿cómo decirlo? ¿Gastado? Raro. No quiero pensar que pusieron asfalto arenoso para hacerlo más barato…

Al final de este tramo llegamos al famoso km 3000 de la Ruta 40 en El Sosneado, donde hicimos parada obligatoria en Jamón del Medio para comprar un sándwich de fiambre. Muy rico, la verdad. Aunque algo caro, pero bueno…

Seguimos camino y algunos kilómetros más adelante, nos desviamos por la RP 222 con el objetivo de visitar dos lugares especiales.

Luego de varios kilómetros de la ruta sinuosa, nos desviamos por un camino de ripio detonado. Literal. Los huecos hizo que el auto tambaleara. Pero teníamos ganas de visitar la Laguna de la Niña Encantada.
Primero debimos cruzar a pie el Río Salado a través del Puente de Elcha, nombre de la protagonista de la leyenda de la laguna (ya contamos acá sobre cómo Elcha escapaba de quienes la querían obligar a casarse con alguien que ella no amaba, y terminó suicidándose junto a su amor tirándose a la laguna. Y en lo alto de las paredes de la laguna, quedó la bruja petrificada).

Luego de abonar la entrada al lugar, llegamos a la laguna. Y quedamos maravillados con el color de las aguas. El azul es muy intenso. Pero muy intenso. Y los bordes, debido a la vegetación, muy verde. Daba ganas de subirse a las paredes de roca algo sueltas, y tirarse un clavado en medio de la laguna. Hermosa. Es chiquita y llena de truchas. Imponente.

Luego seguimos viaje. Teníamos otro lugar interesante para conocer: el Pozo de las Ánimas.

También por la RP 222, camino a Las Leñas, accedimos a esta pequeña porción de tierra donde se pueden ver las dos dolinas. Esto es, dos cavernas con agua en su interior que en algún momento, debido a las filtraciones, los techos cedieron, se derrumbaron y generaron estos pozos llenos de agua.

Los pozos son enormes. Quizás en el lugar faltaría algo de infraestructura para poder verlos desde un mejor ángulo. De hecho, una de las dos dolinas casi no se puede ver… a menos que midas tres metros. El color del agua es extraño. Verde, pero opaco. Interesante.

Luego de ésto, nos subimos al auto y volvimos por nuestros pasos a través de la RP 222 hasta empalmar con la Ruta 40.

El día todavía tenía un buen rato de viaje. Visitamos Malargüe y algo más adelante tomamos la Cuesta del Chihuido para llegar, ahora sí, a nuestro destino de ese día: Bardas Blancas.

¿Será verdad que luego de Bardas Blancas el camino es un desastre? Lo averiguaremos al día siguiente…
En Bardas Blancas dormimos como pudimos. No había muchas opciones así que terminamos en una conocida hostería que era muy bonita… de frente. Al menos la cama era cómoda.

El día 16 salimos hacia la ruta más temprano que nunca. Es que sabíamos que teníamos un camino muy largo. De hecho, es el tramo más largo de todo el viaje. Y en el medio: 80 km de ripio y ruta detonada. ¿Llegaremos antes de que se oculte el sol?

Primero fueron casi 25 kilómetros de una ruta en perfectas condiciones. Pero luego todo cambió. Al parecer están arreglando, pero casi no hay máquinas. Están sacando el viejo asfalto (en sectores se lo ve y se lo siente horrible), pero el ripio que agregaron durante los siguientes 80 kilómetros es mucho y con piedras de tamaño enorme. ¿Era necesaria tanta piedra y tan gruesa? Los surcos que se formaban eran profundos y tocaban el chapón del carter cada tanto. Y como había mucha piedra, por momentos perdíamos el control del auto como si estuviéramos en arena. Fue largo y agotador. Pero, tengo que decirlo, no fue tan grave como lo que sufrimos entre Cachi y Cafayate. Al menos acá en el sur casi no había serrucho.

Mientras luchábamos contra el ripio volanteando, y contra el sueño a base de café, llegamos al lugar donde el mundo se divide en dos. Si, “La Pasarela”. El lugar en donde la Ruta 40 cruza el Río Grande y éste se desliza por un profundo hueco con paredes negras de basalto volcánico. El río, en el fondo, muy caudaloso y violento. Caerse ahí es un chau, gracias, todo muy rico.

Ver el río caudaloso nos hizo tomar conciencia de lo secos que eran los ríos en el norte y de cómo, a medida que vamos hacia el sur, éstos comienzan a tener más y más caudal.

Bien, luego de las fotos de rigor, había que seguir luchando contra el camino. Faltaba un montón de ruta ese día.

Pasado algo más de dos horas de ripio, volvió el asfalto y fue como un vaso de agua fresca cuando la sed te apremia.

Llegamos a Ranquil Norte y un poco más allá ingresamos a la provincia número 11 de este viaje: Neuquén. Y comenzaron a sucederse varias localidades como Barrancas y Buta Ranquil hasta llegar a Chos Malal, lugar ícono debido a que esta localidad marca el centro de la Ruta 40. Acá aprovechamos primero a parar un rato para comprar una ensalada y luego si, ir hasta el hito que marca la mitad de ruta.

Continuamos viaje y la ruta de comenzó a poner muy monótona. Rectas largas, alguna que otra curva para esquivar pequeños cerros, pero la geografía no cambiaba. No era del todo árido, pero tampoco era todo verde. Se notaba que estábamos en una zona de transición entre el desierto del norte-centro de la cordillera y el sur. De hecho, cruzamos una cantidad enorme de ríos, con caudales cada vez mayores.

Pasamos por Las Lajas y luego Zapala donde tomamos la decisión de cargar nafta usando el bidón extra que llevábamos lleno desde La Quiaca. Luego tocó el turno de Las Cortaderas y Junín de los Andes hasta que al final, luego de más de 700 km recorridos en algo así como 11 horas, llegamos a San Martín de los Andes.

Y será un destino cualquiera. Esta será la segunda ciudad en la que nos quedaremos dos días a descansar.

Así que el día 17 necesitábamos descansar de tanta ruta y elegimos hacerlo en la bella ciudad de San Martín de los Andes, en la provincia de Neuquén. Rodeada por múltiples cerros (Curru Huinca, El Quemado, de la Teta, Mirador, Negro, de la Cortadera y el famoso Chapelco) y por el también reconocido lago Lácar, la ciudad tiene ese aire a aldea suiza que la hace muy especial.

Sus construcciones bajas, en madera y piedra, con techos a dos aguas son muy pintorescas. Y si a eso le agregamos estar rodeados por las montañas tapizadas con un frondoso bosque, sin lugar a dudas estamos hablando de un lugar mágico, ideal para cuentos de duendes y hadas (o Heidi y Pedro).

Pero estábamos agotados.

Una densa lluvia que duró toda la mañana fue la excusa perfecta para quedarnos bajo techo, panza arriba, escuchando música, escribiendo, leyendo y planificando los próximos pasos.

Recién a la tarde, algo más recuperados, salimos a recorrer la ciudad y sus alrededores. La lluvia intermitente no molestaba, pero el frío se hacía sentir. El cambio en el clima era notorio. En Bardas Blancas no tuvimos muchos problemas con el frío pero acá, a 500 km al sur a vuelo de pájaro, la temperatura nos obligó a sacar la ropa de invierno que aún no habíamos necesitado.

La ciudad tiene varios puntos atractivos, como el Centro Cívico, el Museo del Che o el Museo Municipal de los Primero Pobladores. Y claro, tiene al Lago Lácar, el primero de la seguidilla de lagos que visitaremos al día siguiente durante el conocido Camino de los Siete Lagos.

Descansar en San Martín de los Andes fue una inyección de fuerzas para seguir viaje al día siguiente.

El día 18 cometimos el error de no darnos cuenta que JUSTO ese fin de semana era largo. Y estábamos en una de las zonas turísticas más concurridas del país. Ergo, encontrar un techo en Villa La Angostura era casi un imposible. Además, sumado al problema de los ratones y el hantavirus, dudamos de hacer carpa. Por suerte, conseguimos lugar en Villa Traful. Así que decidimos ir hasta Villa La Angostura y volver a Villa Traful a descansar.

Como les comentamos, el objetivo de este día era recorrer el Camino de los Siete Lagos. Comenzamos saliendo de San Martín de los Andes con un hermoso sol, yendo primero hacia la base del Cerro Chapelco, que no habíamos visitado el día anterior debido a la lluvia. El camino hasta allá arriba es algo largo y muy sinuoso. La lluvia del día anterior había dejado el camino con varios charcos que se formaron en los hoyos profundos, pero nada de importancia.

Allá arriba, en la base del cerro, soledad. Claro, sin nieve el centro de ski descansa en silencio hasta la próxima temporada.

Ya abajo, comenzamos a recorrer el Camino de los Siete Lagos. Son un poco más de 105 km donde la magia de cada parada no tiene forma de expresarse con palabras. Cada lago tiene su tonalidad de azul, su contraste con el sol, la calma de sus aguas, sus montañas y bosques a su alrededor. En definitiva, cada lago tiene su propia personalidad. Parar en cada uno de ellos para admirarlo, respirar sus vientos e intentar entender su tamaño, es una tarea que lleva mucho tiempo por cada uno de ellos.

Para la cartelería “oficial”, el Camino de los Siete Lagos tiene ocho. Aunque nosotros recorrimos doce: Lácar, Machónico, Hermoso (con un camino que lleva hasta él bastante descuidado), Falkner, Villarino, Escondido, Traful, Correntoso, Espejo Chicho (también con su camino en un estado muy malo), Bailey Willys, Espejo Grande y Nahuel Huapi. Uno más bonito que el otro.

Hacer todo el recorrido nos llevó muchas horas, más tomando en cuenta que además paramos en otros bellos lugares que vale la pena admirar, como el Río Pili Pili, el Río Hermoso, la Laguna Fría, la Laguna Pudú Pudú, la Cascada Vullinanco, el Río Pichi Traful (donde nos detuvimos en sus orillas para almorzar), el Río Ruca Malén (¡hermoso!), y el Río Correntoso (otra belleza imposible de describir).

Nos llevó casi seis horas hacer los 105 km. Si, una eternidad, pero vale la pena.

Luego de llegar a Villa La Angostura, pegamos la vuelta para ir a Villa Traful. El camino desde la Ruta 40 hacia esta localidad es algo largo y en condiciones regulares (esperamos que haya sido por la lluvia del día anterior).

Cuando llegamos, nos alojamos en lo que debe haber sido el peor lugar hasta el momento. Si van a Villa Traful, pregúntennos donde NO alojarse. Por suerte teníamos hermosas imágenes en nuestra memoria para conciliar el sueño.

Podés leer el resto de los resúmenes acá:

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