Viaje a Villa Pehuenia

Día 1

Una escapada. Apenas unos días. Pero con la ruta como nuestra aliada. Como siempre.

Salir de vacaciones un 25 de diciembre no es una buena idea. Anoche nos acostamos muy tarde y hoy arrancamos temprano. Sueño y ruta no van de la mano. Pero la emoción y ansiedad de viajar es suficiente para mantenerme atento al camino. Ir a Villa Pehuenia en un sólo día es posible, pero preferimos hacerlo en dos. Más relajados y sin apuro. El viaje es tan importante como el destino, por más que suene trillado. Eso si, sin tener un destino intermedio definido. Dormiremos donde podamos llegar.

El día, soleado y caluroso, nos acompañó en el rompecabezas de rutas: RN 205, RP 65, RN 33, RP 60, RP 18 ya en La Pampa, RN 35 y RN 152. Al menos por hoy.

Ruta Nacional 205, Buenos Aires

Hicimos un par de desvíos. Uno a Bolívar (hermosa localidad, con bulevares llenos de palmeras) y otro a Carhué, donde nos quedamos un rato dando vueltas por la Laguna de Epecuén. Nos sorprendió mucho la historia de Villa Epecuén, localidad que desapareció bajo el agua debido a una repentina crecida del lago en 1985. Hoy, con las aguas retiradas, el pueblo abandonado quedó a la vista. Vamos a volver para recorrer mejor la zona cuando estemos volviendo a casa.

El Matadero, Villa Epecuén, Buenos Aires

Laguna de Epecuén, Buenas Aires

Una vez cruzados a La Pampa, y siendo bienvenidos por un cartel para desconcierto de algunos que decía “La Pampa – Patagonia Argentina”, las rutas comenzaron a estar cada vez en peor estado. Nuestra última parada larga fue un poco antes de General Acha. Un cafecito, unas facturas, las piernas descansadas y luego el último empujón. Acá, la RN 152 nos mostró su peor cara: la del abandono. Por suerte, la falta de tráfico permitía maniobrar para esquivar los pozos.

Lo más bonito de esta última etapa del día fue pasar por Lihué Calel, un paraje que parece casi abandonado pero que forma parte del Parque Nacional del mismo nombre. La ruta sube, rodea unas sierras y permite tener una impresionante vista del valle hacia el sudeste. Parece que se pudiera ver del otro lado del planeta.

Ya cansados, y apenas entrada la noche, nos detuvimos en un pequeño motel en la entrada de Puelches. Estamos a 869 kilómetros de casa y nos quedan poco menos de 600 para llegar. Será mañana.

Día 2

La mañana nos despertó con un cielo despejado y un fresco que no tardaría en dejar paso al calor sofocante. Tomamos un desayuno simple pero efectivo para despertarnos, guardamos lo poco que habíamos bajado del auto y volvimos al camino.

La RN 152 parecía otra ruta. Ayer había sido un dolor de cabeza hasta llegar al motel, pero a partir de Puelches el camino estuvo en muy buen estado. Algunos kilómetros mas adelante equivocamos el desvío y nos metimos en la RP 106 (o la RN 232, no sabemos, los mapas difieren). Por suerte nos dimos cuenta rápido porque creo que aún estaríamos ahí intentando esquivar los cráteres. La soledad de la ruta es por momentos apabullante. No hay nada. Aunque decir “nada” no le hace justicia. En especial cuando se te cruza por la cabeza un “me llego a quedar acá y…”.

Más allá llegamos a Casa de Piedra, un bello pueblo que tiene un dique sobre el Río Colorado. Nos extrañó que la ruta se llenase de autos. Bueno. Llenarse. Al menos éramos cinco o seis autos yendo para el mismo lado. Lo malo del dique es que no se puede parar sobre él para sacar algunas fotos. Raro.

Del otro lado entramos en Río Negro, ya en la RP 6. Nos pararon para ver el baúl y la heladerita. Y luego, otra vez, esa soledad. Al menos hasta la tríada de ciudades que nos hicieron volver al mundanal ruido: General Roca, Cipolleti y, ya en Neuquén, su capital homónima. Acá la RN 22 fue nuestra compañera. En Cipolleti paramos, cargamos nafta, estiramos las piernas y seguimos.

Más allá pasamos por Plaza Huincul y Cutral-Co, ambas muy pintorescas y con varios monumentos enormes, algunos de ellos religiosos. Casi como estuviésemos en la Torre de Babel. Hasta están construyendo “La última cena” con cada uno de los trece invitados pero aún sin manos. Creepy.

Los dinos de Plaza Hincul, Neuquén

Más soledad.

Llegamos a Zapala con ganas de comprar algo de fruta. Si, un domingo a la tarde buscando un lugar abierto. No fue fácil, pero un supermercado enorme para tres clientes fue suficiente. Ya dentro de la ciudad llegamos a un momento especial: cuando volvimos a poner un pie sobre nuestra querida Ruta Nacional 40. Hace dos años pasamos por acá en nuestro día 16. Claro que paramos, nos sacamos fotos y lloramos un poco de emoción. Bueno, no tanto. Pero fue una linda sensación.

La estación de tren que visitó Mafalda en sus historietas. Zapala, Neuquén

¿Cómo que no sabés que nos recorrimos la Ruta 40 completa? ¿No leíste sobre nuestro viaje? Una aventura que nunca olvidaremos. Metete en @desdehasta que dejamos algunos posteos para no perder la memoria.

Nuestra amada Ruta Nacional 40 en Neuquén

Luego del momento emotivo, tomamos la RP 13 hacia el oeste. Apenas 116 kilómetros, dijimos. Los primeros 50 estuvieron bien, acercándonos poco a poco a la montaña. Pero a partir de Primeros Pinos el ripio dijo presente y el viaje cambió totalmente. Como todo camino de montaña, sus curvas, sus cornisas y sus serruchos son agotadores. Muchos autos volviendo, lo cual nos llenaba de polvo y piedras. Pero peor la pasó una familia que estaba parada en medio de la ruta. Nos detuvimos para ver si necesitaban algo. Habían reventado un neumático y estaban viendo cómo destrabar los bulones de la rueda. Fue necesario pararse sobre la llave para que ceda.

El comienzo de la Ruta Provincial 13, en Neuquén

Cruce del Arroyo Carreri, Ruta Provincial 13, Neuquén

El recorrido de esta última etapa fue muy bonito, pero luego de tantos kilómetros acumulados, se hace extenuante. Los últimos kilómetros volvieron a ser de asfalto, para alegría de nuestros cuerpos. Luego de 576 kilómetros llegamos a destino: una pequeña casita en la orilla del Lago Aluminé. Son 18 m² de pura belleza. Acá el gas, el agua y la electricidad (por paneles solares) siempre son escasos. Así que es una buena forma de aprender a no malgastarlos.

La Tiny House en el Camping Villa Pehuenia a orillas del Lago Aluminé, Neuquén

Lago Aluminé, Neuquén

No hubo mucho más para hacer: apenas ir al pueblo a comprar algunas cosas en el supermercado y tomar un cafecito en la casita mirando el lago. A esta hora, casi medianoche, la oscuridad afuera es total. Y el silencio es apenas interrumpido por mis dedos al tocar estas teclas.

Soledad.

 

Día 3

Hoy nos tocaba descansar. O algo así. En esta época del año, Villa Pehuenia tiene mucha amplitud térmica. Más de treinta grados de día y tres o cuatro de noche. No sabíamos si no nos íbamos a morir de frío durante la noche, pero no fue así. Se nota que la casita está bien aislada. Y la colcha es increíble. Quiero una así.

La mañana arrancó con un hermoso sol acompañado por un rápido ascendo de la temperatura. Durante el desayuno con vista al lago comenzamos a analizar qué haríamos durante los próximos días. Leímos un poco y definimos varios lugar a visitar. Ya les contaré. Luego nos fuimos a caminar por el pueblo y llegamos hasta la Dirección de Turismo para hacer algunas preguntas. El calor era sofocante. Luego de obtener algo más de información decidimos pasar por un pequeño almacén. Ahí nos quedamos hablando con la dueña que se mostró muy amable.

—¿Cómo la trató la pandemia con el mercado?—le preguntamos mientras pagábamos.
—Mejor que nunca—nos sorprendió—. Antes teníamos gente de Brasil, Chile y Europa. Ahora solo de Argentina, pero la gente no paró de venir a Pehuenia. Puede seguir trabajando gracias a que soy escencial y ya tengo las tres dosis.
—¿Y el negocio rinde?
—Mirá—me dice—la primera vez que tuve mercado fue en la época de Alfonsín. No estaba acá. Pero lo mantuve bien hasta que vino Cavallo y me fundí. Luego abrí otro acá en la villa y cuando llegó De La Rúa y Cavallo, ¡pum!, otra vez me fundí. Años después pude volver a armar algo y con Macri me volví a fundir. Esta es la última vez. En marzo cierro todo.
—¿La cosa viene mal?
—No, para nada. El negocio funciona muy bien, pero venden el local y no encuentro dónde alquilar para meterle el mercado. Y bueno, ya estoy grande. Laburé toda mi vida. Ya es hora de que empiece a descansar.

Nos fuimos algo pensativos sobre la realidad de un pueblo que en plena pandemia seguía teniendo turistas. Y sobre esta señora que finalmente tiene un negocio que funciona pero no tiene dónde.

Ya en la casita decidimos hacer algo de vida de playa. La tenemos a los pies. Tomamos algo de sol, leímos y nos metimos al lago. El agua muy fresca y muy transparente, pero helada. No se puede esperar otra cosa de un lago de origen glaciar, aunque te digan que el agua es más cálida que en otros.

La tarde fue muy tranquila. Nos hicimos algo de almorzar y luego la modorra casi nos noquea. Pero no fue así. El libro está interesante y me mantuvo despierto. Luego de un cafecito salimos a recorrer la zona para sacar algunas fotos. Subimos a unos pequeños cerritos que tenemos alrededor. Las pendientes por momentos son bastante empinadas y bajarlas sin doblarse un tobillo fue todo un éxito.

Ya a la noche, y luego del baño reparador, salimos a recorrer la villa y a comer algo por ahí. No quedaba mucho más de este día tranquilo. Hicimos poco, pero el sol nos terminó dejando agotados. Termino las últimas palabras mientras el silencio y la oscuridad me acompañan como buenos amigos que son.

Día 4

Otra hermosa mañana. Esta vez con una buena cantidad de nubes, pero sin que interfieran mucho con el sol. El camino de hoy nos llevó hacia La Angostura (no confundir con Villa La Angostura) donde fuimos a recorrer el Camino de las Cinco Lagunas.

El recorrido comienza cuando cruzás el río La Angostura, unión de los lagos Aluminé y Moquehue. La vista es muy bonita ya que el río tiene apenas 500 metros y te permite ver a ambos lagos en sus extremos. El río se cruza a través un pequeño puente de madera y el camino de tierra está dominado durante todo el trayecto por una espesa vegetación a sus lados.

Algo más adelante llegamos al acceso de ingreso al territorio de la Comunidad Mapuche Puel, originaria de la zona, quienes mantienen y cuidan el lugar. De las cinco lagunas solo se pueden visitar cuatro (al parecer hay cierto reparo de la comunidad sobre el acceso a la quinta).

Laguna Verde, La Angostura, Neuquén

Durante el camino pasamos por un pequeño parador en donde se puede comer o tomar algo antes de seguir viaje. La primera de las lagunas (lafquen, en mapudungún) es la Verde. Fue la que más nos gustó. El silencio, el color del agua, la pared de montañas con una densa vegetación que la rodea y un grupo de patos tomando sol armaron la postal perfecta. Luego de disfrutar el momento, decidimos seguir camino para conocer las restantes y luego ver en cuál nos quedábamos a descansar. Las siguientes dos lagunas (Matethue y Cohiuilla) son de difícil acceso a pie. Ambas están dominadas por muchos juncos (o algo así). La útlima (Ralihuen) es casi tan hermosa como la primera, aunque no tan solitaria. Caminamos un poco por los alrededores plagados de pequeñas lagartijas verde-azuladas que escapaban asustadas al sentirnos caminar.

Laguna Ralihuen, La Angostura, Neuquén

Finalmente decidimos volver a la laguna Verde a pasar un rato de paz, pero… cuando llegamos había unos seis autos y camionetas con todas sus familias haciendo todo el ruido del universo. Hablar a los gritos o reírse ampulosamente es todo lo que la naturaleza no necesita. Hasta los patos comenzaron a graznar para intentar quitarse de encima a estos seres humanos tan ruidosos. Una pena. Así que preferimos irnos y dejar a estas familias disfrutando sus miserias.

Laguna Verde, La Angostura, Neuquén

Día 5

Y llegó el día para visitar el Volcán Batea Mahuida. Salimos temprano (bueno, temprano en nuestros tiempos) por la RP 13 con dirección oeste durante 8 kms para meternos en un camino interno de ripio. Luego de abonar el ingreso hicimos unos 7 kms hasta el mirador Las Antenas. Un bonito lugar desde donde se ve Villa Pehuenia, La Angostura, los lagos Aluminé y Moquehue y hasta Villa Unión. Se llama “Las Antenas” porque… hay unas antenas. Raro que le hayan puesto nombre al mirador luego de un dispositivo tecnológico, pero la vista lo vale.

Mirador Las Antenas, Neuquén

Luego hicimos otros 4 kms para llegar hasta un descampado dónde dejamos el auto. La vista era imponente. A nuestros pies, el lago que se formó en el cráter del volcán. Y detrás, la pared que permite llegar hasta la punta del cerro del mismo nombre. Para llegar ahí hicimos un trekking de aproximadamente una hora el cual empieza muy simple pero, casi inmediatamente, toma una pendiente algo pronunciada. Por suerte el camino casi no tiene piedras grandes, lo cual hace que lo único que uno tenga que sortear son las piedras chiquitas que hacen que el camino se sienta jabonoso. Y el enorme viento no ayudaba.

Cráter del Volcán Batea Mahuida, Neuquén

Una vez llegado a un primer descanso, el camino vuelve a tomar una pendiente, esta vez con un ángulo mucho más pronunciado pero en medio de una planicie solitaria. Sin piedras, sin abrustos, sin nada. Hubiese sido una enorme planicie desértica si no fuese que tenía un ángulo de subida que mis tobillos recordarán en los próximos días. Y el viento… Terrrrrrrible (si, así con muchas erres).

Luego de la larga caminata, llegamos a la cima. Estábamos a casi 2000 msnm, pero aún había que caminar un poco más. Primero hasta un conjunto de piedras desde las cuales pudimos sacar unas hermosas fotos de Villa Pehuenia y sus alrededores y luego un poco más allá, ahora si, en el pico del Batea Mahuida, donde está la frontera con Chile. Desde acá se ven varios picos conocidos, entre ellos el Lanin. Pero nosotros no lo pudimos ver debido a las nubes en el horizonte. Lo que si vimos es humo de los incendios que hay en la zona. Una pena.

Cráter del Volcán Batea Mahuida desde la cima del cerro del mismo nombre, Neuquén

Cuando llegamos nos topamos con centenares de apachetas. La gran mayoría de pocas piedras y otras enormes. Aprovechamos y dejamos nuestras ofrendas para agradecerle a la Pachamama por habernos permitido llegar hasta ahí. También había un enorme refugio hecho con esas piedras. En el lugar, sacamos unas hermosas fotos y luego, en medio de un viento que ya lastimaba, nos sentamos lo más guarecidos posible para almorzar algunas empanadas.

Hasta acá, todo el mundo que llega pega la vuelta. Pero nosotros no. Nuestro mapa nos decía que más allá, siguiendo la frontera, había otra laguna: El Arco. Así que empezamos a caminar por una planicie totalmente desierta siguiendo una huella. Las enormes varas para medir la altitud de la nieve nos mostraban que, efectivamente, las nevadas en la zona son importantes. Luego de algunos kilómetros donde parecía que la laguna no existía, la encontramos. Una hermosura. Estaba del lado argentino, a pasitos de la frontera chilena pero intentar llegar a ella nos hubiera llevado algunas horas más. Era relativamente cerca, pero muy profundo. Hubiésemos tenido que dar todo un rodeo que incluida bajar unas enormes pendientes… que luego había que subir. Y la vuelta, rodeando el lago, no nos quedaba claro por dónde ir. Si hubiese sido más temprano, lo hacíamos. Pero no había mucho tiempo. Desde el oeste se venían unas enormes nubes trayendo agua y el sol nos estaba abandonando. Teníamos que volver. Y así lo hicimos.

La vuelta fue bastante más simple, a excepción del viento que parecía que nos iba a arrancar las camperas (y de hecho, me arrancó la gorra, pero Nati me ayudó a recuperarla). Llegamos al auto en poco más de media hora y volvimos al pueblo. Agotados, llenos de polvo, pero listos para cenar una pizza con unas cervecitas. Para que los pies descansen.

Día 6

Bueno, hoy tranqui, nos dijimos… y llegamos a la casita luego de 131 kms de ruta. El día tranqui terminó siendo un recorrido circular (RP 13, RP 11, RP 23 y nuevamente la RP 13) que nos llevó por varios pueblos y lagos de la zona.

Luego de dejar atrás Villa Pehuenia y el Lago Aluminé, tomamos por ripio bordeando el Lago Moquehue hasta llegar al pueblo del mismo nombre. Entramos a conocerlo internándonos por sus calles y caminos hasta la llamada Playa Sur donde bajamos para caminar un poco y disfrutar de las vistas.

Playa Sur, Lago Moquehue, Moquehue, Neuquén

Continuamos camino y no podíamos parar de mirar hacia los costados. La ruta está bordeada por un bosque densamente poblado de pinos y pehuenes, y sobre éstos, las montañas. Todas ellas vestidas de verde, a excepción de las cimas, peladas en tonos marrones. Y esta descripción terminaría acá si no existiese el Cerro Impodi. Una enorme mole gris prácticamente desprovista de vegetación. A lo lejos pensamos que tenía nieve, debido al color. Pero no. Sus contornos eran abruptos y angulosos, a diferencia del resto de las montañas con sus bordes suaves. Y la ruta pasa por su base para que se pueda admirar toda majestuosidad de primera mano. Mágico.

Cerro Impodi, Neuquén

El ripio en esta zona tiene partes tranquilas, pero en algunos tramos las piedras son grandes y parecen filosas, y eso nos obliga a estar volanteando cada tanto para esquivarlas. Más adelante comenzamos a bordear el Lago Ñorquincó y luego a pasar entre éste y el Lago Nompehuén. En este último nos detuvimos a almorzar.

Continuando el viaje, nos detuvimos un poco más allá para bajar a una playita del Lago Ñorquincó y luego nos fuimos hacia la otra orilla, en el comienzo de la Senda Ñorquincó/Ruca Choroy. Una caminata de unos 30 kilómetros que son las etapas cuatro y cinco de la llamada Huella Andina (una increíble aventura a pie de más de 570 kms… que ya haremos). Lo que nos sorprendió es que de este lado del lago estábamos dentro del Parque Nacional Lanin. No sabíamos que llegaba hasta acá.

Lago Ñorquincó, Neuquén

Lago Ñorquincó, Neuquén

Río Pulmarí, Neuquén

El viaje siguió bordeando el Río Pulmarí hasta llegar al Lago Pulmarí y a la Piedra Pintada (una enorme mole de roca gris que parece como si alguien le hubiese pintado, con una enorme brocha, algunas de sus caras con pintura ocre). Esta zona es conocida por la famosa batalla de Pulmarí donde tribus mapuches resistieron los avances de las tropas que invadieron el sur en la infame Campaña del Desierto. El viaje continuó con algunas paradas más, todas ellas muy cortas para explorar y sacar algunas fotos más. El final del viaje no tuvo mucho para destacar, más que la Laguna Giles. Y lo terminamos con una merienda a las nueve de la noche (o de la tarde, porque aún había sol) mirando el Lago Aluminé.

Piedra Pintada, Neuquén

Lago Pulmarí, Neuquén

Día 7

Bueno, ahora si. Descansemos. Es 31 de diciembre y el 2022 se nos viene encima. Nuestro día se basó en definir algunos temas organizativos del viaje. Por un lado, la cena de fin de año. ¿La pasamos en la casita o nos vamos a un lugar bonito en los que estuvimos? Bueno, el viento acá está muy fuerte y la temperatura no ayuda. Encima parece que esta noche llueve. Así que creemos que se nos va a volar el peluquín y a congelar el Vitel Toné. Simplificamos y decidimos pasarlo en la casita. Por otro lado, mañana empezamos a volver a casa. Así que ya compramos todo lo necesario para el viaje (comida, bebida y los regalos, claro) y cargamos nafta. No sabemos si mañana vamos a encontrar lugares abiertos.

Lago Pulmarí, Neuquén

Lago Nompehuén, Neuquén

Luego analizamos cómo volver. Lo vamos a hacer en dos días, como a la ida. Por un lado queremos aprovechar el sábado para recorrer algún lugar más. Pero por otro, cada hora que nos retrasemos el sábado, es una hora más de viaje para el domingo. En pocos minutos nos pusimos de acuerdo. Mañana y pasado les cuento.

Villa Pehuenia es un lugar muy bonito, ideal para descansar o para agotarse el triple por todas los lugares y caminatas que hay para hacer. Es una localidad muy joven (se fundó en 1989) y se nota que está en etapa de crecimiento. La otra vez les conté sobre la dueña de un mercado que nos contaba que el año pasado, pese a la pandemia, había tenido el mejor año en lo comercial. Hoy hablábamos con la dueña de otro lugar, en el centro comercial, y nos dijo que 2019 fue un año pésimo pero que 2020 fue espectacular. Al parecer, según lo que conlcuímos, muchas personas decidieron viajar a lugares en donde la densidad poblacional fuese baja debido a los contagios.

Nuestra estadía acá fue muy relajante. Estamos en una “tiny house”, una de tres casitas de 18 m² emplazadas en el Camping Villa Pehuenia. Cuentan con camas para cuatro personas, un desayunador, cocina con horno, heladerita, fregadero, baño, ducha, estufa y varios lugarcitos para almacenar ropa y todo lo demás.

Para tener tan poco espacio es muy funcional. El agua viene de unos tanques que se llenan previamente; el gas, con garrafas de 10 kilos y la electricidad, con paneles solares. Es interesante cómo la modalidad de estos servicios te hacen prestar atención sobre cuánto dejás prendida una luz o cuánto gas usás o cuánta agua gastás para lavar los platos. Y no es una cuestión de privaciones, sino una cuestión de intentar ser un poco más sustentable. En cuanto a Internet, la cobertura de Claro es muy mala y el wifi que teníamos por momentos funcionaba y por momentos no. Por suerte nuestros GPS se portaron bastante bien guíandonos en medio de la nada cuando no había señal. Habernos traído libros, más de 400 horas de música y varias temporadas de las series que estamos viendo nos ayudó a no necesitar conectividad para los momentos de ocio.

Lago Aluminé, Neuquén

Tanto el camping como las casitas están mantenidas por Carmelo y su familia. Él vino desde su Paraguay natal para vivir en Buenos Aires donde se casó y tuvo familia. Pero al separarse se mudó a Villa Pehuenia a formar una nueva familia. Asegura que no cambia este lugar por nada en el mundo. Aunque reconoce que lo único malo es que para todo hay que caminar. Y a mi no me gusta caminar, me dice con una media sonrisa. Tanto él como su familia están muy comprometidos con su laburo. Como la vez que llamamos a Carmelo a las 21:30 y se vino desde su casa para ayudarnos o la vez que le llegó tarde un mensaje que le mandamos y se vino a las 22:30 para ver si estaba todo bien, por las dudas. #Respect

Sobre lugares para comer o tomar algo, la verdad es que casi no visitamos ninguno. Sólo vamos a dejarles la recomendación de @hoppringill. Un bar/pizzería/cervecería/etc. donde comimos una pizza buenísima y merendamos unos cafés con una tarta tibia de manzana que estaba bárbara. Además, buena música y cuadros de Metallica, Zeppelin, Floyd y Queen. ¿Qué más puedo pedir?

Bueno, se acerca la medianoche. La comida está en el horno, tenemos algo rico para tomar y la estufita nos ayuda a soportar esas gruesas nubes que vienen del oeste. Y estamos cerrando el año acá, mirando el Lago Aluminé.

Pero la aventura no terminó. Hay que volver a casa.

Día 8

El Año Nuevo arrancó con un clima horrible: densas nubes negras, llovizna, viento y algunos grados por encima de cero. Guardamos todo y nos despedimos de la casita y de Carmelo. Para volver a casa pudimos haber hecho exactamente el mismo recorrido que hicimos a la ida, pero… ¿para qué nos dan un volante si saben cómo nos ponemos? Así que tomamos la RP 13 con sentido este pero en el cruce con la RP 23 tomamos por ésta hacia el sur, hacia Aluminé. La ruta va bordeando el Río Aluminé cambiando de ripio a asfalto y vuelta a ripio en varias oportunidades. A nuestra derecha, las montañas se veían amenazantes con las densas nubes negras que las cubrían. Ya en Aluminé recorrimos a pasito de hombre su calles y nos detuvimos en una estación de servicio.

Más adelante llegamos a Rahué y doblamos con dirección este por la RP 46 para llegar a nuestro verdadero objetivo de esta parte del viaje: la Cuesta del Rahue. Un hermoso caracol de ripio que trepamos para poder sortear las montañas que teníamos en el camino. La situación climatológica era bastante mala. Cuando comenzamos a subir ya estaba lloviznando, las nubes negras se cernían sobre nosotros y el viento… bueno, el viento debería tener un capítulo aparte. Al detenernos en la cima del caracol, bajamos del auto para sacarle unas fotos al bonito serpenteo de la ruta y el viento, con una manos invisible, nos empujaba de donde estábamos parados. Sacar la cámara era riesgoso. Hasta pude ver como el viento movía el auto de un lado a otro como si fuese un juguete.

Cuesta de Rahue, Neuquén

Ya dentro del auto seguimos camino, bajando las montañas pero ahora por una cuesta un poco más “normal” (aunque terminaron siendo tres cuestas y sus bajadas). Más allá volvió el asfalto y la calma. Detrás nuestro las nubes descagaban su lluvia en las montañas mientras nosotros buscábamos llegar al cielo parcialmente nublado al frente.

Algo más adelante, ya con la llovizna sobre nosotros nuevamente, y en medio de la soledad neuquina, nos encontramos con un Parque Nacional que no conocíamos: Laguna Blanca. Y como vimos un camino de ripio horrible al costado de la ruta, nos mandamos por él para llegar hasta las costas de la laguna del mismo nombre. Frío, viento, llovizna… Hermoso para almorzar en la playa de la laguna… dentro del auto, claro.

Laguna Blanca, Neuquén

De nuevo en la ruta llegamos a Zapala, no sin antes volver a poner los pies sobre nuestra querida Ruta 40 (bueno, los neumáticos). Continuamos por la RP 22 (similar a la ida) donde nos cruzamos una tormenta de tierra muy grande. No veíamos nada. Todo era marrón. Tuvimos que bajar mucho la velocidad y extremar las precauciones. Luego de Cutral-Co y de detenernos en la ermita de Ceferino Namuncurá (¡wow! la cantidad de ofrendas que le dejan al santo mapuche), llegamos a la ciudad de Neuquén.

Ruta Nacional 40

Tormenta de tierra, Ruta Provincial 22, Neuquén

Ermita de Ceferino Namuncurá

Acá decidimos hacer un cambio de ruta con respecto a la ida: volveríamos por la Ruta del Desierto (pero mañana). Hicimos RP 7 y RN 151 hasta Catriel, Río Negro, donde pasamos la noche.

Nos queda el último tramo para llegar a casa, pero será mañana.

Día 9

Y llegó el último día de viaje. Anoche cenamos en la habitación del hotel de Catriel una extraña pizza con masa de vegetales que estaba muy buena. A la mañana, luego de un desayuno pedorro, cargamos nafta y tomamos por la RN 151. Cruzamos a La Pampa luego de un control policial y nos metimos en la “famosa” RP 20, más conocida como “La Ruta del Desierto”. Muchos interpretan su apodo debido a la “soledad” de la ruta, pero su nombre viene en realidad por la tristemente conocida “Conquista del Desierto”, campaña realizada en Argentina entre 1878 y 1885 para extender el territorio del incipiente país. Y pese a que la zona está bastante aislada con solo un paraje en todo el recorrido (La Reforma), existen rutas mucho más desiertas y solitarias que ésta. De ahí queda claro que el nombre haga referencia al mamarracho histórico (quizás “Campaña de invasión, asesinato y usurpación de tierras a los pueblos nativos” sería un nombre más apropiado).

Lo más llamativo de este tramo son los carteles imperativos (“¿No descansó? ¡Hágalo!”, “No se duerma. Pare y descanse”) y, cada tanto, autos accidentados a los costados. Las rectas son largas, si. Pero el tráfico impedía que te duermas. Es domingo 2 de enero y mucha gente está viajando hacia los centros turísticos de montaña.

Conectamos con la RN 143 y acá la cantidad de autos que venían de frente creció enormemente. Ya en la RN 152, en General Acha, las estaciones de servicio explotaban de autos. Cuando doblamos por la RN 35 el tráfico se mantenía . Mientras muchos autos van o vienen por Santa Rosa (RN 5), nosotros tomamos por la RP 18. Y fue una gran decisión. Nadie.

Entramos en Buenos Aires ya en la RP 60 y fuimos hasta Carhué donde ingresamos a cargar nafta (si, el corsita se bancó el viaje desde Catriel hasta acá). Ahí fuimos, ahora si, hacia Villa Epecuén, el poblado que en 1985 quedó sumergido bajo el agua debido a la crecida de la laguna. En 1993 las aguas llegaban a los 7 metros de altura. Hace pocos años el lago retrocedió y dejó a la vista un pueblo arrasado. Caminar por sus recientemente descubiertas calles es como recorrer una ciudad bombardeada. Cuanto más al centro caminás, mayor es el nivel de destrucción. Se han colocado placas o simplemente carteles para recordar el lugar de un hotel o una panadería o una fábrica de alfajores. Actualmente es muy fuerte ver aún una plaza con sus hamacas bajo el agua. Me sentí raro. Como si estuvieran en un lugar en el cual no debía estar. La desgracia como atracción.

Villa Epecuén, Buenos Aires

Seguimos viaje sin mucho más para contar. El recorrido se hizo extremadamente largo. Nos metimos en medio de una tormenta que soportamos durante varias horas y finalmente, luego de casi 14 horas de viaje, entre ruta y descansos, llegamos a casa.

En total fueron 3310 kms. Agotados, pero felices.


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